“Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, fui forastero y me hospedaste, estuve desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste, en la cárcel y viniste a verme” San Mateo 25, 31-46

La cárcel puede ser para muchas personas un lugar lleno de oscuridad, un lugar triste, olvidado y cruel. Se piensa que lo peor de la sociedad se encuentra ahí y en ocasiones que ni siquiera se le deberían llamar “personas” a todos los que se encuentran ahí.

Hoy quisiera compartirles un poco sobre mi experiencia como parte de la pastoral penitenciaria en el grupo Kolbe al que pertenezco en la ciudad de Mérida, Yucatán en México.

Hace 6 años realicé mi primera visita al penal, debo admitir que me lo imaginaba justo como en las series o películas, tenía muchas dudas e incluso un poco de miedo. Creo que mi mayor preocupación era saber de qué podía platicar con las personas de ahí adentro. Puedo decir con seguridad que mi primera visita me cambió la vida, pues pude comprender que el amor de Dios trasciende lugares y circunstancias. Conocí a un Dios vivo a través de todos los hermanos que viven en el penal.

He aprendido que incluso en los lugares más oscuros, Dios es capaz de iluminar y derramar su amor en todo momento. He conocido personas extraordinarias, personas que se levantan todos los días con la única intención de ser mejores que ayer, personas que trabajan y se esfuerzan por salir adelante en medio de la monotonía y las carencias que caracterizan a la cárcel.

Pero no todo es color rosa. También he conocido la tristeza, el enojo, la injusticia, el desánimo y la sed del perdón por los errores que se cometieron.

Como grupo apostólico, la pandemia fue un gran reto y una oportunidad de encontrar nuevas formas de estar en contacto con los hermanos del penal. Pues fueron casi 2 años en los que no pudimos visitarlos. Les mandábamos cartas, despensas, dulces, folletos y carteles, hacíamos rosarios virtuales para pedir por su salud, entre muchas otras cosas. Jesús nos regaló la creatividad para estar cerca de ellos a pesar de la distancia.

El año pasado, en el mes de diciembre, nos informaron que por fin podríamos visitar el penal. No puedo describir la alegría que sentí, fueron unas visitas increíbles en las que pude comprobar que todas las oraciones que ofrecimos por los hermanos rindieron frutos. Nos recibieron con mucha alegría y sobre todo esperanza de salir adelante incluso en medio de una pandemia. Fue como volverse a encontrar con un viejo amigo.

Debido al avance de la variante Omicrón, las visitas al penal nuevamente se suspendieron desde el mes de enero. Habíamos tenido mucha incertidumbre sobre si esta Semana Santa podríamos realizar nuestras misiones. Con la bendición de Dios ¡si lo logramos!

Esta Semana Santa, tuvimos la oportunidad de visitar el penal el Jueves, Viernes y Sábado Santo. Con la ayuda de todos los grupos apostólicos que visitamos el penal, logramos llevar más de 1200 despensas, realizar las celebraciones y oficios de cada día, platicar y realizar dinámicas y sobre todo, llevarles un mensaje de esperanza a todos los hermanos presos. Recordarles que tenemos un Jesús vivo que no se mide en misericordia y amor.

Mi corazón rebosa de amor por saber que estas misiones, nuevamente logré encontrarme a Jesús en el penal. Le pido que continúe bendiciendo a todos los grupos que con mucha alegría y entrega visitan las cárceles del mundo.

Hoy te quiero invitar a que te des la oportunidad de visitar el penal. Se necesitan muchos jóvenes como tú y yo que se animen a llevar su alegría y esperanza a las personas encarceladas. ¡No tengas miedo!, te prometo que no es como lo imaginas.

Agradezco también al Padre Stefano por su apoyo, compromiso y amor hacia la misión que le ha tocado realizar. ¡Pidamos por más vocaciones sacerdotales!

Para finalizar, me gustaría dejarles este mensaje: la cárcel no es un lugar olvidado por Dios, es un lugar que necesita de nuestras oraciones y sobre todo de nuestra fe. Fe en todas las personas que lo habitan y que se esfuerzan por ser mejores para algún día reintegrarse a la sociedad.

¡Muchas gracias y saludos desde México!

Tere Montzerrat Polanco Nùñez

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