Éramos hijos de las estrellas ahora somos hijos del streaming…
Acostumbrados como estamos a consumir horas de visión en las empresas de streaming, a veces no nos detenemos a reflexionar sobre la temática de una película o una serie, pasamos los títulos sin mucha atención y sin dar el tiempo para hacernos pensar o sacar algunas lecciones.
Son muchas las horas dedicadas a la televisión o a los dispositivos tecnológicos saltándose los titulares y llenándonos de imágenes y realidades locales o de muchos otros mundos. Sin duda es una gran oportunidad para abrirnos a esos mundos lejanos, a historias de vida y muerte que deberían impulsarnos a reflexionar, de lo contrario seremos como balas perdidas.
Deambulando o curioseando en el bendito Netflix, encontré una serie italiana llamada “Todos quieren salvarse”, al principio pensé que era una telenovela, pero a medida que pasaban los minutos me encontré con la oportunidad de pensar sobre problemas los psiquiátricos, depresión y otras enfermedades de hoy, enfermedades del alma moderna.
Arriesgándome a hacer spoiler, la serie, sumariamente, trata sobre Daniele, un chico que se divierte y mata el tiempo entre la discoteca y las drogas, y de repente se despierta en una clínica donde estaba destinado a pasar siete días de castigo social.
La clínica es un servicio psiquiátrico, donde las personas tienen que servir el TSO (tratamiento de salud obligatorio), Daniele debe hacerlo después de provocar una pelea violenta donde su familia está involucrada; Familia que en los primeros días de hospitalización no le habla.
Inicialmente Daniele no sabe por qué está hospitalizado, pero poco a poco, los recuerdos emergen como un dedo acusador. Sólo tiene veinte años.
Cuando se despierta se encuentra con cinco compañeros de cuarto, también condenados por sus propios actos, de diferentes edades pero que sienten dificultades similares en su relación con la sociedad y el mundo. “Borderline” los llaman…
Es preciso señalar que el drama está basado en una novela de Daniele Mencarelli, del título homónimo: “Todo pide salvación”. No he tenido la oportunidad de leerlo, pero para nuestros propósitos nada cambia en lo que respecta a la serie de televisión.
Para mí, la locura siempre ha sido una realidad atractiva y desconocida. Esta locura -que no tiene nada que ver con la situación de Daniel, o tal vez lo sea- pero que durante siglos, atrayendo a tantos hombres y mujeres, ha permanecido oculta, como algo vergonzoso. Figuras consideradas locas, entre artistas gobernantes y grandes personajes, se han sucedido en la historia; una de las figuras que más amo en la historia es Juana la Loca, reina de Castilla, considerada como tal no sabemos si porque realmente lo era o por intrigas políticas, pero de todos modos creo que estaba realmente loca por el amor. O incluso esa locura que Erasmo de Rotterdam presenta tan claramente en su “Elogio” como una realidad personificada de la naturaleza (casi) divina. Hay un cantante guatemalteco que canta y se pregunta “Si es más tonto el que piensa o el que mira la Luna”, y si los locos somos nosotros y los locos fuesen los normales.
En este sentido, la película hace aparecer realidades bien cuidadas y explicadas en cada uno de los personajes, en un trasfondo de complicidad y solidaridad -no me detengo a describir a los personajes individuales, dejo eso para quienes tienen ganas de verlo-‘ Pero de todos modos después del “despertar”, Daniel se halla en medio de una realidad muy diferente a la que estaba acostumbrado y los sentimientos y su sensibilidad comienzan a aflorar, Situaciones que nunca antes habían aparecido, partiendo de un cierto desapego de las situaciones de otros pacientes, en busca de una negación del hecho que que su propia realidad tenga coincidencias con sus compañeros.
Estamos en un momento diferente de nuestra cultura en el que hablamos más abiertamente sobre enfermedades mentales, depresión y pánicos, y muchas otras realidades que permanecían ocultas hasta hace poco. Todavía recuerdo cuando, hace treinta años, acababa de llegar a Italia y me encontré con muchas personas con enfermedades mentales en las calles. Los manicomios habían sido cerrados, quizás el primer enfoque para una especie de inclusión. No quiero evaluar si esa decisión fue una buena opción o no. Ahora estoy en México, en Yucatán, la gran área de influencia maya, donde la tasa de suicidios es muy alta, especialmente entre los más jóvenes.
La complicidad y la solidaridad, con ideas claras para la inclusión, son parte central de esta serie, a partir de la frase “Nadie se salva solo” denunciamos el dolor y el sufrimiento como un proceso de redención, mientras que se comparte, pero en cualquier caso también se refiere al hecho de que aunque “Todo pide salvación” sólo puede ser capaz de salvarse a sí mismo quien se ha embarcado en un camino de apertura al cuidado y la aceptación; lejos de cualquier consideración religiosa escatológica, esta salvación tiene que ver con una redención humana, un sí a la humanidad, a la sociedad, a uno mismo. Pero podemos ver una analogía clara. Una danza oscura y asimétrica, como uno de los escenarios de la película en la que se baila, concluye que sólo podemos salvarnos gracias a un pequeño gesto de solidaridad.
En este sentido, nos ofrece un mensaje sobre las responsabilidades personales, sobre las consecuencias de las propias acciones, sobre las realidades de tantos jóvenes, adolescentes y familias con dificultad para reaccionar ante los problemas y las crisis. Pero el trasfondo se encuentra en un acto de amor, la respuesta es el amor. Como Daniele lo recita en su poema en el funeral de uno de sus compañeros de cuarto, Mario:
“Mis hermanos los llaman locos, desequilibrados, lloran cuando aman y ríen cuando sufren. Pero la verdadera locura en mi opinión es otra: la verdadera locura es nunca ceder, nunca arrodillarse.
Esto es poesía…
p. Miguel Panes Vilalobos, Merida (Mex)